bi“La bisexualidad inmediatamente dobla tus oportunidades para una cita el sábado por la noche.” Woody Allen

Muchas personas afirman que “la bisexualidad no existe”. En cierto sentido, tienen razón. La Bisexualidad, como entidad absoluta, es algo irreal, claro que sí. Algo tan irreal como lo son La Homosexualidad o La Heterosexualidad. Lo que existen son historias humanas de deseo y diferentes maneras de dar cuenta de ellas a través de las palabras. La elección de una palabra o de otra (o de ninguna) para dar “título” a esa narrativa, es producto de numerosas circunstancias, entre las que se tienen un lugar privilegiado el contexto social y cultural, la historia familiar y el grupo de pertenencia.

Y siempre, toda palabra que pretenda dar cuenta de la historia y del deseo y afecto de una persona, necesariamente dejará fuera experiencias, fantasías, proyectos, sueños, que son conflictivos con la imagen de sí que esa palabra quiere revelar. Ese “dejar fuera” puede implicar “olvidarlos” o también resignificarlos de maneras que reduzcan su conflictividad.

Lo que se considera “ambiguo”, es decir, lo que no es fácilmente clasificable en las categorías existentes, tiene la virtud de por su mera existencia desnudar las reglas de juego que subyacen a esas categorías. Tal como sucede con la transgeneridad, que desnuda en forma implacable la precariedad de la diferencia (binaria) de género, pilar de la civilización occidental, la bisexualidad pone al descubierto cuáles son los parámetros que regulan la idea misma de sexualidad humana en este fin de siglo.

¿Por qué la bisexualidad asusta tanto que tiene que ser negada en su misma existencia? Una posible explicación, entre muchas, se relaciona con este sistema binario al que venimos haciendo referencia. Al ser jerárquicos, los binarios que estructuran el pensamiento occidental son en realidad falsos binarios. No hay equivalencia entre las dos posibilidades: siempre hay una que es “positiva” y otra que es “negativa”… el negativo de la primera, su copia deformada. En la Edad Media se imaginaba el cuerpo de la mujer como una copia deformada del masculino, sin tapujos. El lado “positivo” del binario es el “real”; el otro, es una deformación a corregir, sin entidad propia. No son dos, sino uno, y la “elección” / “renuncia” no es tal, sino una mera cuestión de desempeño, de acercarse más o menos al ideal.

En esta sexualidad normativizada, con indicadores de desempeño y metas a alcanzar, donde el deseo aparece controlado, nombrado, acotado, y el margen para lo imprevisto y para el cambio es mínimo, la bisexualidad irrumpe como elemento disruptivo. La bisexualidad no sólo devuelve su categoría de existencia al otro polo del binario sino que además despliega una amplia gama de opciones posibles entre ambos, que los relativiza y los vuelve meros puntos en un  continuum en lugar de indicadores excluyentes de identidad.